Según el diccionario, nos dice que la apariencia es un conjunto de características o circunstancias con los que una persona aparece o se muestra a la vista de nosotros. Generalmente quien vive de apariencias, da a entender que tiene o posee aquello que muestra, pero en la realidad no lo tiene.
Regularmente los rasgos físicos, particularidades, actitudes que irradia una persona y que los demás captan, constituye la carta de presentación que exterioriza lo que cada persona pretende comunicar y transmitir a través de su imagen.
En el evangelio de Lucas capítulo 18, Jesús nos enseña lo siguiente con respecto a la apariencia del ser humano: Jesús contó la siguiente historia a algunos que tenían mucha confianza en su propia rectitud y despreciaban a los demás: «Dos hombres fueron al templo a orar. Uno era fariseo, y el otro era un recaudador de impuestos. El fariseo, de pie, apartado de los demás, hizo la siguiente oración: “Te agradezco, Dios, que no soy como otros: tramposos, pecadores, adúlteros. ¡Para nada soy como ese cobrador de impuestos! Ayuno dos veces a la semana y te doy el diezmo de mis ingresos”.
»En cambio, el cobrador de impuestos se quedó a la distancia y ni siquiera se atrevía a levantar la mirada al cielo mientras oraba, sino que golpeó su pecho en señal de dolor mientras decía: “Oh Dios, ten compasión de mí, porque soy un pecador”. Les digo que fue este pecador—y no el fariseo—quien regresó a su casa justificado delante de Dios. Pues los que se exaltan a sí mismos serán humillados, y los que se humillan serán exaltados».
En ocasiones, en algún templo nos encontramos con personas que con su conducta nos dan a demostrar que no son diferentes a esta enseñanza de Jesús. Hoy en día, es muy común encontrarse con alguien que tiene una confesión de fe, de que cree en Dios o, es cristiana.
Buena parte de ellos o ellas, aseguran haber hecho algo que les acredita ser mejores que el resto de los creyentes. Pero por lo general, la mayoría tiene una vida religiosa cargada de costumbres, tradiciones y apariencias. Es muy posible que nosotros los seres humanos, nos engañemos unos a otros en materia de fe, pero la Biblia dice claramente que: “Dios no puede ser burlado”.
Al leer hoy esta enseñanza de Jesús y compararla con la realidad que vivimos en la actualidad, nos parece que fue escrito solamente ayer. Las personas que dicen ser cristianas están viviendo en una competencia las unas, con las otras o bien, los unos con los otros. Todos reclaman el derecho, por sus buenas acciones, de ser declaradas y llamadas personas justas y santas, por mérito propio.
Hoy nos encontramos con cristianos y cristianas que presumen de ser intachables. Otras menos malas que el resto. También no falta quien dice que reconoce que es malo, pero que hay otras personas peores que él. Lo más frecuente es encontrar quien afirme: “Yo voy a la iglesia todos los domingos, doy la ofrenda en la Iglesia y generalmente, hago obras de caridad”.
En los tiempos de Jesús, había un grupo de religiosos caracterizados por las apariencias, por su aparente celo en cumplir las normas de la ley o mandamientos divinos. Estos eran “Los Fariseos”.
En el relato del Evangelio de Lucas, el Fariseo presumía de que él era: Honesto. Justo. Soy fiel a mi esposa. Ayuno y Diezmo.
Si ponemos esta enseñanza como un espejo y, nos miramos en ella, lo más probable que digamos: Jamás he robado. Sin embargo la Biblia nos dice que podemos, “Quitar el dinero o bienes del prójimo por medio de trampas”. La Palabra de Dios nos responsabiliza en “Ayudar a nuestros semejantes a conservar y mejorar lo que ya tiene”.
También la Biblia nos enseña que “se prohíbe el adulterio”. He conocido hombres que jamás han sido infieles a sus esposas, pero sin embargo Jesús dice y enseña que, “Cualquiera que ve a otra mujer y la desea en su mente, ya cometió adulterio”.
Para concluir leamos lo que nos dice la Biblia en Isaías capítulo 58, sobre el ayuno: “…Esta es la clase de ayuno que quiero: pongan en libertad a los que están encarcelados injustamente; alivien la carga de los que trabajan para ustedes. Dejen en libertad a los oprimidos y suelten las cadenas que atan a la gente. Compartan su comida con los hambrientos y den refugio a los que no tienen hogar; denles ropa a quienes la necesiten y no se escondan de parientes que precisen su ayuda”. La Biblia nos aclara que el verdadero ayuno no es un rito o costumbre más. El ayuno incluye mostrar misericordia con las personas necesitadas.
La verdadera religión no es la que aparentamos antes los demás, sino lo que somos ante Dios.