De acuerdo a lo que nos enseña la Biblia en el libro de Génesis capítulo 1 y 2, la unidad familiar fue instituida por Dios: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra… Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. Esta “unidad familiar” fue diseñada para ser una célula estable en la que hombres, mujeres y sus hijos podrían expresar los principios que nos enseña nuestro buen Dios, en su Palabra.
De acuerdo a lo que nos dice el libro de Génesis, esta enseñanza de la Biblia nos da a entender que, la familia tenía que capacitar la multiplicación de la raza humana y también el crecimiento espiritual de todos sus miembros. Ese era el propósito de Dios para sus hijos e hijas. Hoy día, sin embargo, esta célula familiar se ha estropeado. En vez de ser, como pretendía Dios, una base estable alrededor de la cual la sociedad pueda desarrollarse, la familia se ha convertido en una institución fragmentada que tiene efectos que truncan los planes de Dios para ella.
Hemos aprendido quienes seguimos las enseñanzas de la Biblia, que si los principios de Dios para la vida familiar son reestablecidos, entonces la familia puede una vez más ser el fundamento estable de la vida para lo cual fue diseñada. Esto permitirá que cada miembro en ella tenga una fuerte protección del mundo turbulento en que vivimos.
A través de su Palabra, la Biblia nos enseña que Dios ha decretado papeles de relaciones especiales en la familia, que cada miembro ha de adoptar para que la unidad familiar funcione con éxito. Como ejemplo de esto, encontramos en la 1ª. Carta del Apóstol Pedro, capítulo 3, lo siguiente. ”Así mismo, esposas, sométanse a sus esposos, de modo que, si algunos de ellos no creen en la palabra, puedan ser ganados más por el comportamiento de ustedes que por sus palabras, al observar su conducta íntegra y respetuosa. Que la belleza de ustedes no sea la externa, que consiste en adornos tales como peinados ostentosos, joyas de oro y vestidos lujosos. Que su belleza sea más bien la incorruptible, la que procede de lo íntimo del corazón y consiste en un espíritu suave y apacible. Esta sí que tiene mucho valor delante de Dios. Así se adornaban en tiempos antiguos las santas mujeres que esperaban en Dios, cada una sumisa a su esposo. Tal es el caso de Sara, que obedecía a Abraham y lo llamaba su señor. Ustedes son hijas de ella si hacen el bien y viven sin ningún temor. De igual manera, ustedes esposos, sean comprensivos en su vida conyugal, tratando cada uno a su esposa con respeto, ya que como mujer es más delicada, y ambos son herederos del grato don de la vida. Así nada estorbará las oraciones de ustedes”.
Al concluir debemos señalar que el amor compartido entre los miembros de la familia, es esencial para la supervivencia de la misma. Sin amor, un hogar se convierte en una casa donde la gente meramente come, duerme y se va lo antes posible y lo más rápido que pueda.
Los padres dirigen mal su amor cuando demuestran más preocupación por proyectos familiares como los arreglos en la casa que, por los miembros de la familia. Favorecen a un miembro de la familia antes que a otro, aunque sea sin darse cuenta. Ponen su trabajo antes que la familia. Hacen halagos y caricias a sus hijos rehusando decirles que «no» y dándoles todo lo que quieren, aunque no lo necesiten. Quienes venimos de generaciones más antiguas, nos damos cuenta que se ejercita poco o nada de disciplina consecuente; es decir, instrucción y corrección.
Al finalizar, leamos y apliquemos a nuestra vida, lo que dice la Carta a Los Efesios, capítulo 6: “Padres, no hagan enojar a sus hijos con la forma en que los tratan. Más bien, críenlos con la disciplina e instrucción que proviene del Señor”.